Nuevamente
fue un éxito nuestra sesión de Lectures al Jardí. Estrenamos
local en la confortable
sala de actos de la Biblioteca Bonnemaison, que posiblemente, si su directora Raquel Muñoz nos lo permite, acabe convirtiéndose en el nuevo hogar de
nuestra iniciativa,
al menos en los meses de mal tiempo.
Presentada y moderada por Rosa Mena, en esta nueva sesión los tres autores invitados nos llevaron de viaje.
El
viaje de Albert Vilanova (Caçadors de senglars) fue temporal. Nos
llevó a la
peligrosa oscuridad de un bosque ubicado en un momento impreciso
del futuro. “Quería
escribir simplemente una novela de aventuras, sin más. Se
trataba de desengrasar
después de otra cosa mucho más densa y difícil que había escrito
anteriormente.
Resulta divertido inventarse lo que pasará en ese bosque.
Inventar peligros y poner
un lobo cuando me apetece, aunque yo nunca me haya encontrado
ninguno”.
De la mano de Franco Chiavaralloti (Si sientes el viento) viajamos al desierto de los nómadas de Mongolia. “Sólo llevan encima lo que necesitan y nada más –nos contó Franco, quien los había conocido de primera mano--. El éxito de su existencia depende de reducir lo necesario a un mínimo. Eso me impresionó”.
Ezequiel Teodoro (El cuaderno negro), que se desplazó expresamente desde Madrid para asistir a nuestra sesión, nos llevó también a un viaje en el tiempo a través de un
periodista que recibe
una información insólita sobre el dictador Francisco Franco, insistió en lo importante
que es
corregir una novela una vez terminada. “Es la mitad del
trabajo”, nos contó. La
primera novela de Ezequiel (El manuscrito de Avicena) había sido mucho más intuitiva, pero
en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu de Barcelona aprendió a valorar la importancia de
tener una
estructura bien trabajada. “Lo hace todo mucho más fácil. Cuando
escribes a
ciegas tienes que volver atrás muchas veces.”
Como
siempre, el debate posterior sobre la creación literaria fue el
principal foco
de interés. Abundando sobre la necesidad de tener o no una
estructura previa al
escribir, Franco Chiavaralloti afirmó que para él la escritura era como saltar
un puente con
una cuerda atada a los pies: “Te lanzas a la aventura, pero
sabes que no vas a
impactar contra el suelo. La cuerda te salvará. De hecho, es
importante llevar
siempre las riendas de lo que escribes. A la gente le gusta la
idea de que los
escritores somos dioses. Pero no es cierto: somos como artesanos
creando
vasijas tras años de disciplinado oficio. Hay que terminar con
la dictadura de
las musas”.
Un
miembro del público le preguntó a Franco si, dada la musicalidad
de su prosa, la
modelaba leyendo su propio texto en voz alta, como al parecer
hacía Flaubert. “Sólo
al principio. Tanta poesía no podría mantenerse durante toda la
novela. De ahí
que el resto sea más narrativo y no tenga ese mismo tono lírico
del arranque. Pero
quise iniciarla con una escena muy atmosférica, empleando el
viento de la
estepa como Leitmotiv”. A Ezequiel, más que leer en voz alta, lo
que le gusta
es fijarse en una imagen concreta. “Mis novelas son muy
visuales, han heredado
técnicas cinematográficas. Aunque hoy en día la gente se cansa
enseguida y no se
puede abusar de las descripciones, como se hacía en el siglo
XIX”.
En este
punto Albert alertó del peligro de emplear demasiadas imágenes
estáticas y de
limitarse a unirlas como si fueran fotos. “La narrativa vive del
movimiento”.
Ezequiel combate el peligro del estatismo describiendo la escena
a medida que avanza
el personaje, como si lo acompañara en su caminar.
Alguien
del público preguntó por los aspectos formales. “¿Cómo, cuándo y
dónde
trabajáis?” Los tres novelistas coincidieron en la importancia
de la disciplina
cotidiana. “Si estás más de dos o tres días sin escribir,
resulta difícil
recuperar el hábito. Lo importante es hacerlo a diario. Da igual
a qué hora”.
Albert Vilanova confesó que escribió su primera novela los miércoles de
17:00 a 20:00 h,
mientras su hija pequeña estaba en clases de dibujo. En cada una
de esas
ocasiones se propuso escribir al menos cuatro páginas.
Con
toda la razón, un miembro del público alertó sobre la
imposibilidad de juzgar
una novela entera a partir de un fragmento. Por eso precisamente
lo que más nos
importa en nuestras sesiones es el debate posterior. Se trata de
que el público
vea de primera mano cómo se cocina una novela, sin evaluarla
todavía como un
producto terminado. Tan sólo como una pequeña muestra
prometedora.
Y
nuestros autores del miércoles la aportaron con creces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario